miércoles, 31 de julio de 2013

La brecha

Una vez allí no habrá marcha atrás –Dijo MIC por videoconferencia privada. Lo que debía ser su cara hablando en la pantalla era una representación de ondas sonoras al ritmo de su voz distorsionada–. Confiamos en usted. Esto es confidencial.

MIC (Mensajero de Información Confidencial) se desconectó y su cuenta se eliminó a los diez segundos de todos los superordenadores. El disco duro del portátil de Johan se estropeó gracias a un alfiler que mantiene contacto con el disco cuando MIC quiere. Johan tenía una copia de seguridad de sus archivos en un USB de 1000 TB. No es que esa tecnología pudiese estar en las manos de toda la sociedad; ese USB valía una auténtica fortuna, ninguna preocupación para Johan.
Johan Harender era un científico del gobierno. Le ha sido comunicada la creación de una brecha dimensional a una dimensión desconocida. Esa brecha seguía todavía abierta en esa base espacial sobre el océano pacífico. El interior de la base tenía un suelo gravitatorio.
La misión que le fue encomendada a Johan era entrar en esa mismísima brecha acompañado de sus dos compañeros, Samuel Island y Steve Muriel. Irían equipados con una mascarilla de oxígeno de cuatro días de duración y un traje anti radiación.
Johan acudió a la misión el 25 de Junio de 2030.
Samuel entraría primero. Lo que vieron fue una bola de energía azul en una cámara despresurizada y sin gravedad. Aquella bola era como una estrella en miniatura, pero no lo era en absoluto. La bola se sobrecargaba e irradiaba explosiones de energía cada cinco horas, como un estallido de luz que hacía que los metales de la cámara se calentaran al rojo vivo al instante, pero se enfriaban antes de la siguiente explosión. El equipo debería entrar en la brecha justo después de una de las explosiones, así tendrían menos problemas.
Johan observaba a Samuel desde la sala de mando. Samuel respiró hondo y entró equipado en la cámara de la brecha. Estaba a gravedad cero y no sabía lo que le esperaría al otro lado. Tocó la bola. Hubo un gran destello acompañado de un apagón. Entonces la sala volvió a la gravedad cero y la sala de mando empezó a despresurizarse lentamente, los ojos de Johan se pusieron como piedras y sus pulmones perdían aire, sus oídos se taponaron a los dos segundos, impidiendo oír los gritos de sus compañeros. Consiguió ponerse de milagro la máscara de oxígeno y sus gafas científicas. Su espalda chocó contra el techo.
Johan utilizó el modo de visión nocturna de sus gafas científicas y vio a sus compañeros agonizando por toda la sala de mando, sus ojos se les salían de las cuencas hasta que sus cerebros se expandieron hasta explotar. Miró el cristal de la cámara de la brecha, Samuel no estaba ni la brecha tampoco, ya que nada emitía su característico color azul. Las gafas científicas de Johan indicaban formas de vida por toda la nave. Indicó miles de formas, millones, billones de formas de vida de un tamaño descomunal por toda la base, pero la base estaba oscura y silenciosa, y era demasiado pequeña. El terror de Johan fue creciendo cada vez más y más, y pasó del terror a la rabia y la impotencia. Creía que era una droga en la comida que probablemente un agente ruso le había puesto en algún restaurante. Aquello no era una droga, era real. El silencio invadió la base y Johan estaba quieto flotando por la sala de mando.
Ha… hahay… alguien – Dijo Johan tartamudeando del terror.
No hubo respuesta, Johan estaba solo.
¡Contestad, me cago en la puta! – Dijo rabioso.
El silencio era la única respuesta a Johan. Su cara marcó una sonrisa psicópata.
Se dirigió hacia el cristal de la cámara de la brecha y ajustó su mirada. Había un ser deforme flotando por la cámara, pero las gafas científicas indicaban que eso no era una forma de vida, sino una carga electromagnética. El ser se detuvo flotando ante el cristal, justo delante de Johan. Eso era científicamente imposible, ya que un objeto a gravedad cero no se puede detener de esa forma tan brusca.
Lo que vio Johan fue un ser que tenía una cierta forma humana. Su piel era músculo sangriento, tenía seis extremidades repartidas por todo el cuerpo, se movían. Tenía dos bocas donde debían estar los ojos, y hablaban, y donde debía tener una boca, había un enorme ojo mirándole. Donde debía tener pelo había picos de pollitos que piaban sufriendo. Estaba repleto de muchas partes de animales que salían de su cuerpo y se movían, incluida una pata de cabra empapada en sangre. Todos los animales que le salían del cuerpo y hubo un silencio, entonces el ser habló por las dos bocas.
Johan – Dijo el ser. El cristal estaba insonorizado, pero se escuchaba perfectamente. – Soy yo, Samuel.
No, tú no eres Samuel. – Dijo Johan aterrado.
Sí. No te vas a creer donde he estado. – Dijo el ser con la idéntica voz de Samuel.
Calla, calla, calla, ¡CALLA!
Ese lugar es precioso.
¡Cállate!
Johan se fue relajando y comenzó a ver a ese “Samuel” como a un dios.
¿Dónde has estado? – Dijo Johan hablando como si ese ser infernal fuese algo normal.
He estado en el infierno. – Dijo “Samuel” con una voz de impresión.
¿¡Y qué coño hay en el infierno!? ¡El infierno no existe, tú eres producto de mi imaginación!
Hay caras, caras desfiguradas que sonríen, son preciosas. También hay intestinos gigantes y sangrientos, y hay almas pasando por ellos. Es un sitio quilométrico, y hay piscinas de sangre, calentitas, Johan. También hay comida, hay carne, hay pizzas sangrientas, mis preferidas. Y ahora mira, me han mejorado, Johan, el único ser que no existe es ese ser superior al que llaman “Dios”.
Johan empezó a reír, fue riendo cada vez más y más hasta que sus risas acabaron en llantos.
Tú no eres Samuel, ni siquiera eres real. – Dijo Johan entre llantos.
Johan se dirigió flotando a oscuras hacia las cápsulas de escape. “Samuel” gritó.
¡No puedes escapar, no vas a ir a ningún lado! – Gritó “Samuel”.
Johan lo ignoró y siguió hacia las capsulas. La criatura empezó a dar golpes sobrehumanos contra el cristal, sonaban como tambores.
¡No escapes, o te arrepentirás! – Gritó la criatura de nuevo.
Johan llegó a una de las cápsulas, no había electricidad, así que la puerta no se abrió. Los golpes continuaron cada vez con más intensidad hasta que el cristal se rompió y el silencio invadió la base de nuevo. Johan no podía hacer nada más que esperar en un rincón del pasillo de las cápsulas. El ser apareció en el pasillo.
No sirve de nada, Johan – Dijo el ser. – únete a nosotros.
De la compuerta del pasillo aparecieron todos los científicos desnudos sin ojos y con el cuerpo mutilado.
Únete a nosotros, Johan. Aquí se está bien. – Dijeron todos los cuerpos de los científicos.
Johan entró en pánico y empezó a gritar y a gritar mientras se santiguaba, a pesar de su ateísmo. Samuel y los científicos empezaron a gemir y a gritar, entonces sus bocas irradiaron una luz cegadora. Esas luces aumentaron y la base empezó a temblar. Entonces hubo un destello de radiación y la base dejó de existir. Johan y los cuerpos no dejaron de existir, la inexistencia es un regalo comparado con el lugar a donde fueron.

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